Según la pirámide nutricional de la dieta mediterránea, el marisco y las carnes blancas son alimentos muy beneficiosos para el organismo, siempre que sean consumidos en su justa medida, es decir, ocasionalmente.

Los mariscos, también llamados frutos de mar, son animales acuáticos invertebrados, comestibles y provistos de esqueleto externo. Se dividen en crustáceos (poseen una carcasa) y moluscos, con o sin concha. Gambas, langostinos, pulpo, sepia, calamar, almejas, ostras y mejillones son de los más consumidos en toda Europa y son fáciles de adquirir en los mercados. Se comercializan vivos y refrigerados, pero también cocidos, congelados y en conserva, procesados en platos preparados listos para calentar o para darles el último golpe de cocción.

Por otra parte, la dieta mediterránea invita a consumir carnes blancas que, entre sus bondades, tienen un índice de grasas muy bajo en su composición, lo que las hace muy saludables para el organismo. Se reconocen como “carnes blancas” por el bajo índice de hemoglobina contenida en su sangre.

Las carnes blancas comprenden el conejo, las aves domésticas (no las de caza) y la carne magra del cerdo. También se pueden considerar dentro de este apartado los mamíferos de corta edad cuya única alimentación ha consistido en la ingesta de leche materna, como puede ser el caso de la ternera lechal, el cochinillo o el cordero. En el caso del ganado ovino se denomina lechazo.

Las aves de corral, normalmente de la familia de las gallináceas, aunque existen especies muy diversas, proporcionan un abanico muy amplio de posibilidades gastronómicas. Se consumen asadas, fritas, salteadas, a la plancha o parrilla, hervidas, en guisos y en sopa, lo que permite el aprovechamiento de huesos y menudillos para su elaboración, constituyendo un ejemplo claro de cocina de aprovechamiento.

Las especies más representativas son las gallinas, las pulardas, el pollo, la codorniz, el avestruz y el pavo. El pato joven puede incluirse en este grupo, aunque tradicionalmente es considerada carne roja.

La carne de cerdo magra es considerada una carne blanca por su bajo contenido graso, como  el lomo y el solomillo.

De igual manera se pueden incluir en este grupo algunas piezas de ternera de bajo contenido graso a pesar de su alto índice en hemoglobina, por ejemplo la babilla, la cadera o solomillo.

Según la Fundación de la Dieta Mediterránea se recomienda consumir marisco y carnes blancas de dos a tres veces por semana porque proporcionan nutrientes esenciales necesarios para una alimentación equilibrada.